Yo no le canto a nadie.
Me empujan al
exilio
o, para ser
exactos,
no les
importa un bledo que me pudra
en esta u
otra patria.
La tierra,
indiferente, se me veda
con el mismo
cemento,
con la misma
impostura,
bajo el pie y
tras la espalda.
[Dejáte de retórica,
valiente charlatán de tres al cuarto.
Habla de lo importante,
no farfulles]
Yo
no le canto a nada.
¿Cómo
hacer voz de verso y medianoche
a
partir de tantísima
piedra
desposeída?
Creo
que están sonando las campanas.
Maldita
enormidad del desengaño:
la
piel fría, el sudor a plomo y bruma.
Corro
junto a la tapia;
no
quiero ver la esquina, en realidad
ahora
no podría
renunciar
al abrigo de su sombra.
No
estoy para esos lujos. Obedezco.
En
las escapatorias, grama y cardo,
escombros
de una época
imprecisa
e irreal.
Velocidad
inútil.
Estoy
donde no debo.
[El
infierno no quema,
menuda
tontería, por favor:
el
infierno es la escarcha cotidiana]
Vengo
del humo al humo.
Yo
no te canto a ti,
de
qué me serviría
humillarme
al compás de la paciencia.
Cada
voluta extiende una mentira,
cada
bucle despliega
una
consolación indeseable.
[Déjate
ya de anáforas,
vuelve al mundo y sus larvas,
regresa a la basura]
Vengo
del barro al barro.
[Contraseña incorrecta,
¿seguro que eres tú?
Ya media vida y nada
que se parezca a ti o a tus deseos]
Vengo
del suelo al suelo,
perpetuamente
tóxico y estéril,
humano
hasta la arcada.
Ha
llegado el final
[Vaya, menudo tópico]
[Y yo solo quería redención,
auxilio en la tormenta,
unas sábanas limpias]
y
sigo en la casilla
del
pozo. No es mi turno.
[Aún soy un rebelde:
me pongo camisetas de Metallica,
meto quinta en el barrio
me emborracho y flirteo]
Hay
un loco gritando
en
los contenedores, junto al vidrio.
Se
mece sobre el mimbre y la chatarra.
Después
se abre un larguísimo silencio,
como
de camposanto.